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viernes, 6 de agosto de 2010

Introducción del cuento: La Tierra Prometida






Casi finaliza el día primero del año 2014 de Nuestro Señor Jesucristo, y la noche es cerrada y perpetua. Una noche sin luna, oscura y como la boca de la nada, muda. Es lejano el recuerdo de los astros en el cielo. El firmamento se ha quedado sin estrellas y del ultimo atardecer solo queda  la vaga sensación de que no fue un sueño pero cuesta creer que fue real.
No hace frío, pero por la ciudad desierta de personas en vela, deambula una brisa fresca, que eriza los vellos de las personas dormidas en las plazas, en las calles o en cualquier lugar donde hallan quedado tiradas. - Creo que me volveré loco si no encuentro a nadie despierto en la siguiente hora- dije hace tres días cuando ya no amaneció y quedo todo en la absoluta penumbra.
Era demente pensar. Pensar en que eran las tres de la tarde, que no fue. Pensar en todos esos muertos durmientes, dispersados por la ciudad, en cualquier ángulo y dirección. Y yo estaba tratando de encontrar a alguien despierto, marcando números de teléfono al azar, con un doce grande de repetición  apoyado en las piernas. Era muy enloquecedor pensar en el auto que avanzaba lentamente por enfrente del local en el cual me encontraba.
Casi me había vuelto loco, pero no lo hice y ahora, mas de las tres a.m. del cuarto día negro. Estoy tomando un vodka con uno de mis  con uno de mis nuevos amigos en un bar del centro. El lugar es grande, de categoría, con comida a medio comer en algunas mesas y varias botellas rotas dispersas en el suelo. El cordobés miraba, desde hacía varios minutos, su copa vacía sin articular palabra; Yo por mi parte, voy por la cuarta copa y lucho para que mis ojos no caigan una y otra vez sobre los cuerpos dormidos que hay detrás de las mesas del fondo.
- ¿Qué pasara cuando amanezca?- me pregunto en voz alta y no sé responderme. Hay mil preguntas en mi cabeza sin ninguna respuesta, al menos coherente.
- Aparte de salir de sol, no se que mas puede pasar y estando las cosas como están hay que estar preparados para todo- dijo el cordobés y se puso de pie. Lo mire por encima del hombro, cruzar el local y pararse junto a la puerta, sacó un paquete de Virginia Slim, prendió uno y me miro.
- Volvamos, no tendríamos que estar separados mucho tiempo.
- Tenes razón, no es seguro dejar tres mujeres juntas.
-¿No te parece haberlas visto en algún lado?... No se, como en la tele o en la radio haberlas escuchado- me preguntó mientras encendía la moto que habíamos tomado prestada de un garaje que se encontraba abierto y sin ninguna clase de seguridad.
- Si, las conozco. Aunque nunca dialogue con ellas personalmente. Son lindas, ¿cierto?
- La verdad que si- contestó el soldado de Río Cuarto.
Me subí a la moto, junto a él  y cruzamos la ciudad iluminada en segunda marcha.
Era imposible andar en auto, había mucha gente por las calles, todas dormidas. Unos en la vereda. Otros, en el medio del asfalto y vaya uno a saber hasta dónde y cómo habían quedado tiradas todas esas almas en pausa.
“La ciudad dormida, y él anda aun...” escuche en alguna canción de heavemetal. Ahora parecía como si alguien se lo hubiese tomado a pecho, solo que a nivel global.
Estoy cansado y mal dormido, si no tuviera un almanaque y un reloj, ya habría perdido hace rato, la noción del tiempo. Es de locos, miro la negrura y siento vértigo, es como mirar algo con los ojos cerrados, simplemente ves nada. Entonces, vuelvo los ojos al camino y veo gente tirada por cualquier lado, pareciera como si  hubiese habido una epidemia: todos tirados, cosas a medio hacer, muertos esperando su cristiana sepultura para pasar así, de una negrura a otra. Me pregunto que pasaría si todo quedase tal cual esta. No quisiera saber la respuesta, seria demasiado traumático. Sin embargo, siempre termino pensando en lo mismo, hasta en las pocas horas en que logro conciliar el sueño, tengo pesadillas: los esqueletos que duermen en el asfalto, apoyados en costosos almohadones de seda negro...
Nunca pense con qué magnitud una persona podría extrañar el alba. Si algún día, volviera a amanecer, juro por Dios, quien se mantiene ausente hasta el momento, que no volveré a dormir hasta las diez de la mañana, nunca más...





                                                                                  Carlos Quevedo
                                                                                                               Taller: Tras Las Paralelas Azules
                                                                                                                                   Pabellón Nº 4

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